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El homicidio voluntario

El quinto mandamiento condena como gravemente pecaminoso el homicidio directo y voluntario. El que mata y los que cooperan voluntariamente con él cometen un pecado que clama venganza al cielo.

El fratricidio, el parricidio, el homicidio del cónyuge son crímenes especialmente graves a causa de los vínculos naturales que destruyen. Preocupaciones de eugenesia o de salud pública no pueden justificar ningún homicidio, aunque fuera ordenado por las propias autoridades.

El quinto mandamiento prohíbe hacer algo con intención de provocar indirectamente la muerte de una persona.   La ley moral prohíbe exponer a alguien sin razón grave a un riesgo mortal, así como negar la asistencia a una persona en peligro. 

La aceptación por parte de la sociedad de hombres que provocan muertes sin esforzarse por remediarlas es una escandalosa injusticia y una falta grave.   Los traficantes cuyas prácticas usurarias y mercantiles provocan el hambre y la muerte de sus hermanos los hombres, cometen indirectamente un homicidio.   Este les es imputable.  El homicidio involuntario no es moralmente imputable.  Pero no se está libre de falta grave cuando, sin razones proporcionadas, se ha obrado de manera que se ha provocado la muerte, incluso sin intención de causarla.

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