La «ley nueva» en el Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento afirma la existencia de una norma original de comportamiento. Esa norma recibe el nombre de ley pero con diferentes calificativos que le quitan su connotación jurídica:

Ley de Cristo (Ga 6, 2)

Ley escrita en la mente y en el corazón ( Hb 8, 10)

Ley del Espíritu de vida (Rm 8, 2)

Ley perfecta de la libertad(St 1, 25)

✍ En este sentido descrito. la «ley nueva» no es propiamente una ley. Es una exigencia que brota del interior mismo de la persona. La moral cristiana da la primacía a esta ley interior y las normas externas son consideradas como un momento secundario. La fe relativiza y configura la normativa moral para el cristiano.

✍ Según Santo Tomás de Aquino: la ley nueva es la transformación del cristiano en Cristo Jesús por la presencia del Espíritu. De esta manera la moral cristiana aparece como una moral más de indicativo que de imperativo, una moral del espíritu más que una moral de la obligación.
La Sagrada Familia
Sagrada Familia en la Iglesia de San Pedro del Pueblo de Fuente el Saz del Jarama, Madrid, España
Foto: David Daguerro

Jesús y Su Verdadera Familia
Mt 12 46-50; Lc 8 19-21
Mt 13 55-56; Jn 2 12; 7 2-10; Hch 1 14; Jn 7 17; 9 31

31 Llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. 
32 La gente estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron:
–¡Oye! Tu madre, tus hermanos y tus hermanas están afuera y te buscan.
33 Jesús les respondió:
–¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?
34 Y mirando entonces a los que estaban sentados a su alrededor, añadió:
–Éstos son mi madre y mis hermanos. 
35 El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.
Parábola del Sembrador

Parábola del Sembrador

En Mt. 13,1-9 ;22-23:

Ese día, saliendo Jesús de la casa, fue y se sentó a la orilla del lago.
Pero se juntaron alrededor de él tantas personas que prefirió subir a una barca, donde se sentó mientras toda la gente estaba en la orilla. Jesús les habló de muchas cosas mediante comparaciones. 

Les decía: 

El sembrador sale a sembrar; al ir sembrando, unos granos caen cerca del camino; vienen las aves y se los comen. Otros granos caen entre piedras y como hay poca tierra, brotan pronto.   

Pero el Sol las quema y por falta de raíces se secan. Otros granos caen entre espinas, crecen las espinas y los ahogan. Otros, finalmente, caen en, buena tierra y producen unos el ciento, otros el sesenta, y otro el treinta por uno. El que tenga oídos que oiga. 

Lo sembrado entre espinas es la persona que oye la Palabra,  pero las preocupaciones materiales y la ceguera propia de la riqueza ahogan la Palabra y no puede producir fruto.

Por el contrario, lo sembrado en tierra buena es e! hombre que oye la Palabra, la medita y produce fruto: el ciento, el sesenta y el treinta por uno.

Las lágrimas de la virgen

Autora: Esther M. Allison 

Se cuenta que, una vez, a la Virgen de Huanta (pueblo ancashino) se le perdió el Niño.

Jesús se echó a correr hacia el campo. María pensó que no se alejaría demasiado... Pero, cuando llegó la noche, no pudo más con su inquietud y salió a buscarlo.

Al mirarla, se encendieron gozosas las luciérnagas.

-¿No habéis visto a Jesús? -les preguntó.

Pero las luciérnagas no supieron contestarle.

Anhelante interrogó a la acequia, que ya se adormilaba como un corderito de espuma.

-¡Agüita, agüita! ¿No jugó contigo mi niño?

-¡Sí! -Contestó el arroyo, cabeceando por el sueño. Estuvimos jugando juntos, pero Él se quedó rezagadito...

La Virgen continuó andando, turbada. Les preguntó a  los sauces:

-¿No se trepó Jesús a sus ramas, arbolitos verdes?

-Sí -le respondieron. Se meció en nuestras hojas. Pero se fue hacia el alfalfar.

La Virgen, más y más oprimida por la congoja se deshizo en lágrimas.

-Vaya se dijeron los vecinos, escuchándolas caer blandamente sobre la tierra-, ¡qué modo de llover tan suave!

La Virgen preguntó por su hijo a la alfalfa. Esta le contestó:

-Sí, pasó por mi lado, y al rozarme, me dejo cubierta de trocitos de cielo... Pero siguió de largo.

La desazón le mordía a María el corazón. Y, sollozando, se preguntaba: ¿Adónde ir? ¿A quién preguntarle? De pronto, en la oscuridad, divisó un resplandor insólito. Caminó presurosa hasta allí y, entre los trigos maduros, halló a Jesús profundamente dormido.

La Virgen lo alzó hasta su pecho. El trigal quedó misteriosa-mente iluminado. Entretanto, sus lágrimas, al rodar por la hierba, se habían convertido en sus liliales estrellitas, tersas y cándidas como la propia nieve.

-¡Vaya! -dijeron los vecinos al advertirlas. ¡Qué preciosas flores, qué puras, qué frescas!... ¡Si parecen lágrimas de la Virgen! Y de allí les viene el lindo nombre. 

Plan Lector Primaria.
Jesús entre los doctores

Jesús entre los doctores

Al regresar a Nazaret se instalaron en una pequeña casa donde José trabajaba como carpintero, mientras María se dedicaba a las tareas del hogar y Jesús jugaba y se divertía como cualquier niño.

Todos los años María y José iban a Jerusalén, para celebrar la fiesta de la Pascua.  Ese día el pueblo de Israel se daba cita en la Ciudad Santa.   -¿Cuándo podré ir? .... preguntaba Jesús cada año... cuando tengas la edad preceptiva ..le respondían siempre; y así, casi sin darse cuenta, pasaron los años. Y cuando Jesús cumplió los doce, llegó el momento en el que Él también viajaría hasta Jerusalén con sus padres.

Los tres emprendieron el largo camino al que se iba sumando gente venida de todos los lugares. Cuando estuvieron muy cerca de la ciudad pudieron contemplar la dorada cúpula del gran templo blanco donde se desarrollaban las ceremonias sagradas. . . ¡Es la casa de mi Padre! pensó Jesús, sin equivocarse. Siete días duró la celebración de la Pascua. Unos ofrecieron algún sacrificio;  otros oraron; y Jesús habló con su Padre Celestial.

Al séptimo día los peregrinos comenzaron el regreso hacia sus pueblos y ciudades. José y María iban en el grupo de cabeza charlando animadamente y pensando que su hijo estaba con los niños de su edad, al final de la caravana, jugando y contándose sus vivencias, ya que era el primer año que asistía. Es muy obediente y jamás ha hecho ninguna travesura ,decía María a sus compañeros de viaje.

Al llegar la noche se detuvieron en un lugar que parecía apropiado para instalar un improvisado campamento. Todos los muchachos acudieron junto a sus padres para que les dieran la cena, pero Jesús no estaba.

¿Habéis visto a nuestro hijo?  preguntaban impacientes. Pero nadie había visto a Jesús.
¡Hemos perdido a nuestro hijo! se lamentaban.

Tres días estuvieron buscándolo sin resultado. Jesús no aparecía por ningún sitio. Cuando ya estaban casi desesperados, alguien les dijo: ¿Habéis buscado en el templo?

Como última esperanza fueron allí y, al entrar, vieron a su hijo rodeado por un grupo de sabios y sacerdotes que escuchaban las respuestas que Jesús daba a sus preguntas.

.. ¿Por qué nos has hecho esto? ..le preguntó María, ya tranquila... ¿Por qué os habéis preocupado? ¿No veis que estoy en la casa de mi Padre? ..contestó Jesús dulcemente.

Entonces,  María comprendió que su hijo no había hecho nada malo; y así fue como Jesús, con su sabiduría e inteligencia, deslumbró a los sabios y sacerdotes del gran templo de Jerusalén.

Huída a Egipto

Viendo Herodes que los Magos no volvían, se llenó de furor, y mandó degollar a todos los niños de Belén y de sus cercanías, menores de dos años, esperando de esta manera quitar la vida al niño Jesús.
Mas un ángel apareció en sueños de José y le dijo: "Levántate, toma al. niño y a su madre, huye a Egipto, y quédate allí hasta que yo te diga, porque Herodes busca al niño para hacerle morir".

El Egipto era un país vecino al de los hebreos, sujeto a otro rey, y la Santa Familia se retiró allá hasta la muerte del cruel Herodes.

Entonces el ángel se le apareció nuevamente a José, ordenándole volver, y la Santa Familia volvió a la tierra de Israel, fijándose en Nazaret, pequeña ciudad, distante cerca de 150 km. de Jerusalén.

Allí San José sustentaba con su trabajo a Jesús y a María, ejercitando el humilde oficio de carpintero, y mereció ser llamado padre y custodio de Jesucristo, porque tenía con él aquel cuidado que un padre tiene para con su hijo.
Jesús era sumiso y muy obediente a San José y a María, formando la delicia de cuantos le conocían.

Adoración de los Magos

Poco tiempo después de nacido Jesús, llegaron unos Magos de Oriente para adorarle. Eran estos Magos grandes sabios, entregados especialmente al estudio de la astronomía.
Una noche estaban estudiando las estrellas y de pronto, apareció en el firmamento la más bella que jamás hubiera visto hombre alguno. ¿Qué significará! ..se preguntaron. Después de consultar sus libros y meditar mucho sus pensamientos concluyeron en que no podía ser otra cosa que el anuncio de la llegada de un nuevo Rey.

¡Ha nacido el Rey de reyes! se dijeron y la estrella comenzó a mostrarles el camino que les llevaría hasta el Niño Jesús, el Rey de los judíos.

Caminaron días y días a lomo de sus camellos hasta llegar al país de los judíos. Fueron a Jerusalén, la ciudad principal, y preguntaron en vano por el nacimiento del nuevo Rey. Pero nadie sabía nada. Decidieron acercarse hasta el palacio de Herodes, rey de Palestina,
quien, enfadado, dijo: ¡Cuando lo encontréis, decidme dónde está y yo también iré a adorarle!
Herodes quería ser el único rey. Los tres Reyes de Oriente continuaron hasta Belén, donde la estrella se detuvo encima del lugar en que se encontraba el niño Jesús.
Se arrodillaron reverentemente y dijeron: ¡Oh, Rey Jesús, al fin te hemos encontrado! Y le ofrecieron un cofre lleno de oro, un vaso lleno de incienso y una caja llena de mirra.
Aquella misma noche, mientras los Reyes de Oriente dormían, se les apareció un ángel diciéndoles: ¡No volváis al palacio de Herodes! ¡No permitirá la existencia del Rey de reyes! y también avisó a José del peligro que corrían si permanecían en Belén.
Al día siguiente los Reyes emprendieron el camino de vuelta a su país, y María, José y el niño Jesús marcharon a Egipto para ponerse a salvo.

ENTRETANTO, Herodes mandó matar a todos los niños de Belén que tuvieran menos de dos años. El rey de Palestina tenía miedo de la llegada del Salvador.
Dos años más tarde, después de la muerte de Herodes, Jesús y sus papás pudieron regresar a Nazaret, donde reinaba Herodes Antipas, el hijo más benévolo de Herodes.

Nacimiento de Jesús

Habiendo salido un edicto de César Augusto, para que se empadronaran todos los súbditos del imperio romano, fueron todos a inscribirse a la ciudad de su origen, y como María y San José, su esposo, descendían del rey David, el cual era nativo de Belén, fueron allí para inscribirse.

Tras recorrer los 120 kilómetros que separan las ciudades, buscaron un lugar para descansar. Mas sus esfuerzos fueron inútiles, ya que todas las hospederías estaban ocupadas. Pensaron en dormir a la intemperie, cuando encontraron un pequeño establo a las afueras. y como habían transcurrido nueve meses desde la Anunciación, llegó el momento en que María debía dar a luz al hijo que esperaba. En mitad de la noche de un 24 de diciembre del año 748 después de la fundación de Roma, sucedió el acontecimiento más maravilloso que ha ocurrido en la Tierra: El nacimiento del Hijo de Dios y aunque parecía un niño como todos, pequeño y frágil,  era un niño Divino.

Pero su pobreza era tal que María sólo pudo taparle con unos pañales, mientras José preparó una cuna en un pesebre vacío. Así, en aquella humilde morada, pasó el Señor sus primeros días.
Nadie en Belén se había enterado del nacimiento de Jesús porque todos dormían. Sólo unos pastores que cuidaban sus rebaños conocieron la noticia porque unos ángeles les anunciaron la buena nueva.
¡Gloria a Dios en los Cielos! ¡paz a los, hombres de buena voluntad! ,les dijeron.
Los pastores corrieron al lugar señalado por los ángeles y no dudaron en alabarle porque sabían que era el Hijo de Dios, el que había de hacer felices a los hombres.

Cuarenta  días después, María, José y el niño emprendieron camino hacia Jerusalén para dar gracias a Dios en el templo. Tal era la costumbre cuando se tenía un hijo.
Nadie se percató de su presencia, excepto un anciano llamado Simeón quien, tomándolo en brazos, exclamó: , ¡Señor! ¡Estoy preparado para morir en paz porque mis ojos han visto al Salvador!   y lo mismo sucedió con una mujer llamada Ana que fue por toda la ciudad contando que había visto al Señor.  ¡ Por fin había llegado el Mesías!

Anunciación de María

Llegada la plenitud de los tiempo, en el año 748 de la fundación de Roma, siendo Emperador romano César Augusto, habiendo paz en todo el mundo, el Arcángel Gabriel fue enviado por Dios, a una virgen de Nazaret, de nombre María.

María era de la familia de David, muy pobre de bienes pero grande y rica por la inocencia y bondad de su corazón; era la virgen más pura, más santa que jamás vivió sobre la tierra.

Un día el Arcángel Gabriel fue enviado por Dios a Nazaret una pequeña aldea de Galilea allí en una humilde casa vivía María, prometida en matrimonio con un artesano llamado José. 

Entrando el Arcángel le dijo: "Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres".

María, a salutación tan extraordinaria, se turbó. Mas el Arcángel prosiguió diciendo: "No temas, porque hallaste gracia delante de Dios. Tú concebirás por virtud del Espíritu Santo, y tendrás un hijo a quien llamarás Jesús".

María respondió: "He aquí la esclava del Señor; cúmplase en mí tu palabra". Y el Arcángel se alejó.
Por aquellos días María se fue a la ciudad de Hebrón, para visitar a su prima Isabel, que debía ser madre de San Juan Bautista.

Apenas Isabel vio a la Virgen y oyó su palabra, llena del Espíritu Santo, corrió a su encuentro bendiciéndola y exclamando: "¿De dónde a mí tanta gracia que la madre de mi Señor venga a mí?"
María glorificó a Dios por las cosas grandes que había obrado en ella, y por las cuales todas las generaciones la llamarían bienaventurada, y se detuvo con Isabel cerca de tres meses.
Resurrección de Lázaro

Resurrección de Lázaro

1. Vivían en la pequeña ciudad de Betania dos hermanas, de nombre Marta y María, con un hermano llamado Lázaro. Y Jesús, que se había hospedado varias veces en su casa, le tenía a esta familia un cariño particular.

2. Hallándose Jesús un día muy lejos de aquella ciudad. dijo a sus discípulos: "Vamos a Betania, porque nuestro amigo Lázaro ha muerto; y me alegro por vosotros, de no haber estado allí para que creáis".

3. Llegados cerca de Betania, le salieron al encuentro, una después de otra, las dos hermanas de Lázaro y con los ojos arrasados en lágrimas, postrándose a sus pies diciendo: "Señor, si tú hubieras estado aquí, nuestro hermano no hubiera muerto".

4. Al oír Jesús esas palabras, y viendo el llanto de las hermanas y de los amigos de Lázaro, se conmovió y preguntó: "¿Dónde lo habéis puesto?". Contestaron ellas: "Señor, ven y ve"... Fue Jesús con ellas al lugar de la sepultura, mostráronle el sepulcro, y a tal vista se le llenaron los ojos de lágrimas. Por lo que dijeron los judíos: "¡Ved cómo le amaba!".

5. Llegado al sepulcro, el Salvador, mandó quitar la piedra, que cerraba la entrada. Pero díjole Marta, hermana del difundo: "Señor, ya apesta) porque son cuatro días que ha muerto". Respondió Jesús: "¿No te he dicho que si creyeres verás la gloria de Dios?" Quitaron, pues, la piedra, y Jesús, alzando los ojos al cielo, dando gracias a su Eterno Padre de que le hubiese escuchado, dijo: "¡Lázaro, sal fuera!"

6. E inmediatamente Lázaro, ligados con vendas los pies y las manos, y cubierto el rostro Con un sudario, salió fuera. Y Jesús dijo:
"Desatadle y dejadle ir". Y así Lázaro recobró la vida, y muchos de los que habían visto el milagro, creyeron en Cristo.
La multiplicación de los panes

La tempestad calmada y la multiplicación de los panes

1. Habiendo subido Jesús a una barca con sus discípulos para atravesar el pequeño mar de Genezaret, durmióse durante la travesía, y he aquí que mientras El dormía, se levantó una gran tempestad en el mar, y las olas eran tan grandes y furiosas que la barca estaba por zozobrar. Por lo que los discípulos, llenos de temor, le despertaron diciendo: "¡Sálvanos, Señor, que nos perdemos!" Jesús se levantó, y habiendo mandado a los vientos y a las olas que se calmasen, cesó el viento y vino la bonanza.

2. Habiéndose ido el Salvador a un desierto, le siguió una turba de gente que había acudido a Él de todas partes. Jesús tuvo compasión de ello, y como fuera ya tarde y no tuviesen con qué sustentarse, estando muy lejos de sus casas, quiso socorrerlos con un milagro.

3. Preguntó, pues, a uno de sus discípulos: "¿Cuántos panes tenéis". "Viene aquí un niño, -contestó el discípulo,- con cinco panes y dos peces: mas ¿qué es esto para tantos?" 'Traédmelos, dijo Jesús, y siéntese todo el pueblo en derredor sobre la hierba".

4. Tomó, entonces el Salvador los cinco panes y los dos peces, y levantando  los ojos al cielo, los bendijo y los dio a los apóstoles para que los distribuyeran.

5. Estaban presentes de cuatro a cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños; no por eso dejaron de comer todos, y sobraron todavía doce canastos.

6. Maravilladas las turbas de tan gran prodigio, querían por fuerza hacer rey a Jesús. Más Él desapareció de entre ellos y retiróse a un monte cercano.

Los milagros signos del tiempo nuevo

Los milagros de Jesús no tuvieron término con su presencia física entre los hombres. El mismo Jesús predijo que se perpetuarían por obra de sus discípulos a quienes otorgó y sigue otorgando el poder de hacerlos (Mto 10, 5-8; 17, 20; Mc. 16, 17-18; Jn. 14, 12-13).

De hecho, la historia de la Iglesia viene registrando, desde sus comienzos, prodigios y señales que se hallan en continuidad con los de Jesús y obedecen a su mismo dinamismo sobrenatural.

Tales milagros, presentes hoy en la Iglesia:
- por un lado, sugieren con significación muy directa, que fueron reales los ya distantes de Cristo, narrados en los evangelios, puesto que se siguen verificando por la invocación de su nombre;
- por otro, sumados a los que vienen ocurriendo desde hace veinte siglos, constituyen un signo permanente del origen divino de Cristo y de su presencia salvadora entre los hombres.

Ahora bien: Tanto en los milagros de ayer como en los de hoy, se da un signo de presente y futuro escatológico (de "ésjata": realidades últimas), que es necesario destacar.

A partir de la Encarnación y, sobre todo, de la glorificación de Cristo, se inauguró un tiempo absoluta y radicalmente: nuevo y último, en el acontecer del mundo y del hombre, una nueva creación por la que Dios hace "todas las cosas nuevas", en virtud de la Pascua salvadora y divinizadora de su Hijo (Is. 65, 17; 2 Pedro 3, 10-13; Apoc. 21, 1).

Los milagros -y por primero el de la propia resurrección de Jesús- son signos de que está en curso un nuevo acto creador de Dios por el que el Universo vuelve a "gemir y sufrir dolores de parto" (Rom 8, 22) por el que el hombre, y de algún modo todas las cosas, entran participar de la vida y de la gloria beatificante de Dios.

Con su asombro .inquietante, ellos nos invitan a entrar de lleno en el mundo nuevo, distinto, trascendente de Dios, a incorporarnos a la marcha escatológica del Espíritu que conduce a los nuevos creyentes reunidos en Iglesia hacia la plena consumación del misterio de Cristo o, a lo largo de la cual el mundo de los hombres se va convirtiendo progresivamente en Reino de Dios.

La pecadora penitente

1. Había una mujer de mala conducta, llamada María Magdalena, la cual así que tuvo conocimiento del Salvador, se llenó de amor y veneración hacia El, y de dolor, y amargura por las faltas cometidas.

2. Como supiese que Jesucristo estaba a la mesa en casa de un fariseo llamado Simón, entró también ella en la sala del convite, llevando un vaso de alabastro, lleno de un precioso ungüento. Y no, osando presentárselo, fuese por detrás y postróse a sus pies.

3. La pecadora, sin proferir palabra, y penetrada del más vivo dolor, prorrumpió en llanto, y con lágrimas bañaba los pies de Jesús, los enjugaba con sus cabellos, los besaba y los ungía con el ungüento.

4. Viendo esto el fariseo que le había convidado, decía dentro de sí mismo: "Si Éste fuera profeta ciertamente sabría quién y cuál es la mujer que le toca, porque es pecadora".

5. Mas Jesús, penetrando los pensamientos del fariseo, le dijo: "Un acreedor tenía dos deudores, uno le debía quinientos denarios y otro cincuenta. No teniendo ellos con que pagar les perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?" Respondió el fariseo: "Pienso que aquél a quien más perdonó".

6. "Has juzgado rectamente", dijo el Señor a Simón, y vuelto a la mujer prosiguió diciendo: "¿Ves a esta mujer? Yo entré en tu casa, y no me has dado agua con que se lavaran mis pies, y ésta los ha bañado con sus lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos; tú no me has dado el ósculo de paz y ésta desde que vino no ha cesado de besar mis pies; tú no me has ungido la cabeza con óleo, y ésta ha ungido mis pies con ungüento. Por lo que te digo que le son perdonados muchos pecados, porque ha amado mucho; y a quien menos ama, menos se le perdona".

7. Dijo después a la mujer: "Te son perdonados tus pecados: tu fe te ha salvado; vete en paz".

Los milagros y la fe

Y aquí debemos señalar las relaciones entre la fe y el milagro.
Los milagros son signos que acreditan el origen divino de Cristo y de su misión y doctrina. Dentro de esa dinámica despiertan en el hombre la docilidad que debe a Dios y lo abren a la acción de su gracia salvadora.

¿Hace falta advertir que -así y todo- el milagro no produce automáticamente una opción de fe? Está claro en los evangelios. Muchos que presenciaban los milagros de Jesús o sabían de ellos no se dejaban cuestionar cerraban su corazón, los impugnaban, e incluso los atribuían a poderes demoníacos. El propio Jesús les reprochaba esa dureza espiritual (Mt. 11. 21; Jn. 15. 24).
Como se ve, es posible escapar al impacto significante y al poder demostrativo del milagro.

Respecto de esto se debe formular dos aclaraciones:

a) La primera es que la fe -en sí y por sí- es efecto no de un argumento o cúmulo de argumentos racionales, sino de un don gratuito de Dios.
Lo expresó claramente Jesús en el discurso que pronunció en la sinagoga de Cafarnaún: "Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió" (Jn. 6, 44). O sea, que no estamos capacitados para descubrir y reconocer, por nosotros mismos, al Dios de la revelación. Es éste quien toma la iniciativa de iluminarnos y dársenos a conocer.

¿Puede el hombre disponerse a la fe, abrirse en actitud de búsqueda y en espíritu de obediencia y de respuesta? Ciertamente. Enseguida nos detendremos a considerarlo. Pero, incluso en ese empeño a su cuenta, le es indispensable la gracia -preveniente, concomitante y subsiguiente- de Dios.

b) La segunda aclaración que debemos formular se halla en relación de complemento con la primera:
Dentro de la lógica de la fe, a la que el hombre adviene por la gracia, los signos de Dios no suelen imponerse con una evidencia tal que provoquen. Sin más, como efecto exigente, el sí personal del hombre.
El milagro es una demostración. Pero el hombre la debe hacer suya. La fe -decíamos- es fruto de un don gratuito. Pero ese don es endeudante en el mismo acto de darse. El hombre ha de invertir en él todo su dinamismo espiritual para redonárselo en intercambio de respuesta a Dios. Este espera que el candidato a la fe se aventure y afronte el misterio, que se consagre a una búsqueda trascendental, que indague, imagine y descubra. que se comprometa con su corazón y su vida. que empeñe, en fin, todo su caudal humano para encontrarse con la verdad.

Alguna vez, en el evangelio (Jn. 16, 17-21), Jesús compara la fe a las angustias de una mujer que va a dar a luz. Dios es un parto difícil de la conciencia humana. No lo sacamos adelante en nuestra vida sino a través de penosos desgarramientos espirituales que presupone el peregrinaje de la fe con su exigencia de docilidad interior, autenticidad de conducta y búsqueda apasionada.

Las reflexiones que preceden explican por qué Jesús se mostrara un tanto reacio a los milagros (Mt. 12, 38-39; Jn. 4. 48).

¿Sería la fe, verdadera fe, si permaneciera colgada de los asombros del milagro? La sed de milagros puede volverse insaciable. Y en tal caso se revertiría contra el sentido mismo de la fe. Esta es tanto más auténtica cuanto menos milagros necesita. En cualquier caso, si Dios alguna vez hace el milagro para despertar la fe del hombre espera, de ahí en más, que la fe del hombre llegue a ser tan poderosa que provoque, ella misma, el milagro.

La piscina probática y la viuda de Naín

1. En Jerusalén había un estanque llamado la piscina probática, alrededor de la cual se levantaban pórticos, a donde iba una multitud de infelices, atacados de todo género de enfermedades.

2. En cierto tiempo del año bajaba el ángel del Señor a mover el agua, y entonces el primero que entraba en la piscina quedaba sano de cualquier enfermedad.

3. Entre aquellos enfermos había un hombre, paralítico de treinta y ocho años. Y Jesús habiéndole visto, le dijo: "Quieres ser sanado?" Respondióle: "Señor, yo no tengo a nadie que me eche en la piscina cuando el agua está agitada, y así otros bajan antes que yo".

4. Díjole, pues, Jesús: "Alzate, toma tu lecho, y camina", y en aquel instante el enfermo quedó sano, y se puso a caminar llevando la cama consigo.

5. Otro día Jesús iba a una ciudad, llamada Naín, y, estando para entrar en ella, se encontró con el acompañamiento de un difunto, que llevaban a enterrar.

6. Era éste, hijo único de una viuda, la cual le seguía llorando amargamente, y la acompañaba un gran número de personas de la ciudad.

7. Habiéndola visto Jesús, movióse a compasión de ella, y le dijo: "No llores". Y adelantándose, tocó el ataúd, haciendo parar a los que lo llevaban. Y alzando la voz exclamó: "Joven, levántate, yo te lo digo".
A esa voz, el que había muerto, se levantó, y empezó a hablar.

8. Jesús entonces lo entregó a su madre, dejando pasmados a todos los circunstantes, quienes movidos de un santo temor, glorificaron a Dios diciendo: "Un gran profeta ha aparecido entre nosotros; verdaderamente el Señor ha visitado a su pueblo".

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