Las lágrimas de la virgen
Autora: Esther M. Allison
Se cuenta que, una vez, a la Virgen de Huanta (pueblo ancashino) se le perdió el Niño.
Jesús se echó a correr hacia el campo. María pensó que no se alejaría demasiado... Pero, cuando llegó la noche, no pudo más con su inquietud y salió a buscarlo.
Al mirarla, se encendieron gozosas las luciérnagas.
-¿No habéis visto a Jesús? -les preguntó.
Pero las luciérnagas no supieron contestarle.
Anhelante interrogó a la acequia, que ya se adormilaba como un corderito de espuma.
-¡Agüita, agüita! ¿No jugó contigo mi niño?
-¡Sí! -Contestó el arroyo, cabeceando por el sueño. Estuvimos jugando juntos, pero Él se quedó rezagadito...
La Virgen continuó andando, turbada. Les preguntó a los sauces:
-¿No se trepó Jesús a sus ramas, arbolitos verdes?
-Sí -le respondieron. Se meció en nuestras hojas. Pero se fue hacia el alfalfar.
La Virgen, más y más oprimida por la congoja se deshizo en lágrimas.
-Vaya se dijeron los vecinos, escuchándolas caer blandamente sobre la tierra-, ¡qué modo de llover tan suave!
La Virgen preguntó por su hijo a la alfalfa. Esta le contestó:
-Sí, pasó por mi lado, y al rozarme, me dejo cubierta de trocitos de cielo... Pero siguió de largo.
La desazón le mordía a María el corazón. Y, sollozando, se preguntaba: ¿Adónde ir? ¿A quién preguntarle? De pronto, en la oscuridad, divisó un resplandor insólito. Caminó presurosa hasta allí y, entre los trigos maduros, halló a Jesús profundamente dormido.
La Virgen lo alzó hasta su pecho. El trigal quedó misteriosa-mente iluminado. Entretanto, sus lágrimas, al rodar por la hierba, se habían convertido en sus liliales estrellitas, tersas y cándidas como la propia nieve.
-¡Vaya! -dijeron los vecinos al advertirlas. ¡Qué preciosas flores, qué puras, qué frescas!... ¡Si parecen lágrimas de la Virgen! Y de allí les viene el lindo nombre.
Plan Lector Primaria.
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