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Los milagros signos del tiempo nuevo

Los milagros de Jesús no tuvieron término con su presencia física entre los hombres. El mismo Jesús predijo que se perpetuarían por obra de sus discípulos a quienes otorgó y sigue otorgando el poder de hacerlos (Mto 10, 5-8; 17, 20; Mc. 16, 17-18; Jn. 14, 12-13).

De hecho, la historia de la Iglesia viene registrando, desde sus comienzos, prodigios y señales que se hallan en continuidad con los de Jesús y obedecen a su mismo dinamismo sobrenatural.

Tales milagros, presentes hoy en la Iglesia:
- por un lado, sugieren con significación muy directa, que fueron reales los ya distantes de Cristo, narrados en los evangelios, puesto que se siguen verificando por la invocación de su nombre;
- por otro, sumados a los que vienen ocurriendo desde hace veinte siglos, constituyen un signo permanente del origen divino de Cristo y de su presencia salvadora entre los hombres.

Ahora bien: Tanto en los milagros de ayer como en los de hoy, se da un signo de presente y futuro escatológico (de "ésjata": realidades últimas), que es necesario destacar.

A partir de la Encarnación y, sobre todo, de la glorificación de Cristo, se inauguró un tiempo absoluta y radicalmente: nuevo y último, en el acontecer del mundo y del hombre, una nueva creación por la que Dios hace "todas las cosas nuevas", en virtud de la Pascua salvadora y divinizadora de su Hijo (Is. 65, 17; 2 Pedro 3, 10-13; Apoc. 21, 1).

Los milagros -y por primero el de la propia resurrección de Jesús- son signos de que está en curso un nuevo acto creador de Dios por el que el Universo vuelve a "gemir y sufrir dolores de parto" (Rom 8, 22) por el que el hombre, y de algún modo todas las cosas, entran participar de la vida y de la gloria beatificante de Dios.

Con su asombro .inquietante, ellos nos invitan a entrar de lleno en el mundo nuevo, distinto, trascendente de Dios, a incorporarnos a la marcha escatológica del Espíritu que conduce a los nuevos creyentes reunidos en Iglesia hacia la plena consumación del misterio de Cristo o, a lo largo de la cual el mundo de los hombres se va convirtiendo progresivamente en Reino de Dios.

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